Alemania

Hace un año visitaba por primera vez Alemania. Aterrizaba en un lugar nuevo, con precario conocimiento del idioma y mucho miedo de casi todo. Miedo de la gente, de una cultura distinta; de extraviarme en las ciudades; de perder los trenes. 

Mi llegada fue catastrófica. Luego de un vuelo de horas con escala en Madrid, perdí, efectivamente, el tren que me llevaba desde Frankfurt hasta Göttingen. Desesperada y arrastrando una valija pesadísima, me subí a un tren cuyo destino desconocía. Intenté comunicarle al señor que me pedía mi ticket lo que me había pasado en un alemán muy pobre (los nervios no me permitían expresarme correctamente). Finalmente logramos entendernos, y muy cortés, me explicó cómo debía proseguir para llegar a Göttingen (ciudad donde me quedaría un mes).

Finalmente llegué al tren con destino a Göttingen. Si mi memoria no me falla, fueron dos los que tuve que tomar antes de llegar al mismo. Encontré un asiento junto a una ventana y me acomodé. El paisaje rural que se veía por la ventana me emocionaba, nunca antes había visto nada igual. Los pequeños pueblos que atravesaba el tren eran sencillamente mágicos. No podía creer lo que veía. Feliz, comencé a dormitar hasta quedar profundamente dormida. El tren no tenía un destino único, es decir, tenía diferentes estaciones en pueblos o ciudades. Y a diferencia del subte en Buenos Aires, no hay una voz que anuncia a dónde se llega (o por lo menos este tren no). Es esencial estar atento y despierto para no pasarse. Sin embargo... yo estaba soñando. Afortunadamente, como por una gracia divina, abrí los ojos una estación antes de Göttingen, me sentía bendita.

La ciudad no dejaba de maravillarme. No podía creer lo que veía: una arquitectura tan diferente a la de Buenos Aires; árboles y flores nuevos; bicisendas por todos lados; un cielo distinto. 
Abril fue un mes increíble. Aprendí muchísimo idioma y me divertí en exceso. Recuerdo Göttingen con mucho amor, algo así como un pequeño nido de conocimiento y aprendizaje.
Luego, los últimos días de abril, armé la valija y me fui a Bremen. Ciudad que me pareció muy aburrida, pero la cual visité solo para cumplir un capricho de la infancia: las ganas de ir a la tierra de 
los Bremen Musikanten.

Luego de dos días que se resumen en fotografías, caminatas, un celular roto y mucha cerveza, tomé el tren a Hamburg.

Hamburg. "¿Qué pasó en Hambrug?"; si este fuese un libro, ese sería el nombre del capítulo. Hamburg fue uno de los lugares donde más extraña me sentí en la vida. Sentía que, a pesar de ser realmente hermosa e interesante, la ciudad no iba conmigo. Había algo ahí que me hacía sentir inusitada. Nunca logré explicarme qué. No era una sensación fea, de lo contrario, pasé unos días muy divertidos en Hamburg... pero simplemente no me sentía perteneciente.

Ya estaba cansada de Alemania y de los alemanes. Necesitaba volver a mi casa, necesitaba abrazar a mi familia y a mis amigos.; comer un asado, tomar un vino tinto. La mañana que tomé el tren a Berlin hacía mucho frío. Tenía resaca de la noche anterior y el estómago revuelto por un desayuno pesado. Ya estaba en la recta final del viaje, disfrutando cada vez menos y extrañando cada vez más. La llegada, fue algo desastrosa. La estación de trenes principal de Berlin es un laberinto. Me perdí más de una vez y no entendía qué subte o qué tren debía tomar para llegar a la Provinzstrasse. Estaba cansada y mi valija cada vez pesaba más. El francés que viajaba conmigo no cooperaba en nada porque estaba igual de perdido que yo. Todo era un tedio. Finalmente, encontramos la manera de llegar (no recuerdo cómo).

Berlin. Exploté. Lo que venía cocinándose hacía un tiempo adentro mío reventó. Y sí, un poco enloquecí (me genera pudor hacer esto público). 
Pero, ¿no tenía permitido volverme un poco loca?. Estaba en la ciudad donde Iggy Pop y Bowie vivieron juntos; en la ciudad del muro, en la ciudad víctima. En una ciudad horrible, pero al mismo tiempo tan hermosa. Cuna de mucho arte del que disfruto, producido por artistas que... estaban algo dementes. Cada lugar al que iba, cada café que bebía... todo era mágico. Estaba en una película (algo maníaca) pero muy hermosa.

Berlin "me cagó a palos", me volvió loca, logró que escriba hasta caminando o sentada en una escalera mecánica en movimiento, me hizo llorar y reír mucho. Ahí experimenté sensaciones nuevas, cosas que nunca antes había sentido y que hasta hoy no puedo verbalizar.
Viajar sola a Alemania fue, hasta ahora, la mejor experiencia que viví. Duramente hermosa. A continuación copio lo que escribí cuando estaba volviendo a Buenos Aires:

"La canción de Brian Eno es Always Returning y dudo que sea casual haber olvidado su nombre en este momento. Estoy por embarcar y casi por llorar.
Gracias vida, gracias mundo; por ser tan alucinantes.
Gracias,
gracias,
gracias.
Juana Inés Gallardo, agradecida."

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