Quiero una playa
Hoy
es sábado. El primer sábado que transcurre en esta cuarentena
obligatoria; en esta incertidumbre mortal. La noche de viernes no fue
fácil. Imaginar las cosas que haría si tuviese la libertad. Las
cervezas que bebería, los amigos a los que abrazaría y los lugares
en los que me sentaría. ¿Qué colectivo me hubiese tomado para ir a
qué lugar? ¿La fiesta sería lejos de mi casa? ¿O sería un
viernes de cine? ¿Comería una pisa de parada o me resignaría a
reducir la cena a una copa de vino?
El
aire está tibio. No hay ni una sola nube en el cielo y una cálida
brisa mece mis finos cabellos. A lo lejos se oye una diminuta melodía
proveniente de la radio de algún vecino. Espero que esté
disfrutando de su escucha. Mi hermano está sentado a la mesa de la
cocina, con sus ojos tan jóvenes y sinceros. Mis padres van a salir
de casa, solo para comprar verdura. Si este fuese un sábado
cualquiera, mi madre estaría en el gimnasio, mi hermano correteando
por ahí, mi padre se alistaría para salir y yo estaría durmiendo
un sueño de resaca. Pero no. No es cualquier sábado, como estos
días tampoco son días corrientes. Aún no logro encontrar una
definición exacta de lo que siento; la noche anterior al anuncio de
la cuarentena obligatoria, mi padre pudo encontrar una definición
bastante acertada de lo que ambos sentimos. Citó una frase de una
canción de Charly García donde él dice: “Tengo una ansiedad,
como de año nuevo”. No puedo definir a dicha ansiedad como mala;
tampoco como buena. Creo que hay algo de misticismo en lo que siento.
Es una sensación que nunca antes había experimentado; no me
disgusta. Nunca antes había sentido tal incertidumbre. El
desconocimiento total de lo que pueda llegar a pasar, lejos de
abrumarme, me atrapa, y hasta me fascina. Pero no deja de perseguirme
ni atemorizarme la idea de no poder circular libre por la calle.
Nadie sabe a ciencia cierta cuándo es que va a terminar este
confinamiento.
Por
la mañana no tengo mucho apetito. Me parece en vano desayunar como
suelo hacerlo (dos rodajas de pan tostado, un huevo, dos tazas de
café y una fruta) si toda la energía que me proporciona esa comida
no va a ser utilizada. Hoy desayuné café con cigarrillo. Sí, lo
sé: un asco. Y un asco para mi organismo. Pero no pude evitarlo.
Acompañé el insustancial y anémico desayuno con la lectura de
Otros Colores del escritor
turco Orhan Pamuk. Es un libro de ensayos, entrevistas y extractos de
diarios personales del escritor. Tienen un carácter íntimo y
honesto que hacen que leerlos sea muy placentero. Por ejemplo, ayer
(mientras desayunaba lo mismo que desayuné hoy) leí un corto ensayo
titulado Desde que dejé de fumar.
El autor habla de su yo fumador (siendo ex-fumador) como un yo
antiguo, como una vieja identidad. Cito: “Echo de menos
mis antiguas circunstancias como quien echa de menos una cara o a un
amigo muy querido y quiero regresar a mi vieja personalidad. Es como
si me hubieran puesto a la fuerza una ropa que no quería llevar,
como si a la fuerza me hubieran hecho ser otro hombre. Si fumo
volveré a la violencia de
mi vieja personalidad y sus noches”. Alude
a su identidad fumadora como una identidad inmortal. Como la
identidad de quien batalla con el diablo y con la muerte. Encarna de
una manera precisa el placer del acto de fumar. “A
partir de ahora no fumaré en todo lo que me queda de vida. Eso
pienso, pero luego me imagino fumando. Todos tenemos fantasías
secretas y bochornosas que nos ocultamos hasta a nosotros mismos...
Pues justo en medio de alguna de esas fantasías, cualquiera que sea
la cosa que me ocupa en ese instante, en el momento más pomposo
filmado en cámara lenta de esa película que
llamamos imaginación,
me doy cuenta de que he encendido un cigarrillo y estoy disfrutando
el sabor de la felicidad”. A
continuación comenta que la función de los cigarrillos en su vida
era filmar en cámara lenta el placer y el dolor, el deseo y la
derrota, la desdicha y el entusiasmo, el presente y el futuro. Nunca
antes había leído nada acerca sobre el acto de fumar. O si lo hice,
no lo recuerdo, y he de no recordarlo porque nunca nada antes me
había impresionado de tal forma. Pamuk logra explicar con palabras
sutiles el goce que se siente al fumar. Concluye diciendo: “Porque,
como pueden ver, si te satisface, la escritura resuelve todos los
problemas”. Y
heme aquí, fumando y escribiendo. Nunca había disfrutado un
cigarrillo de la manera en la que lo hice leyendo aquel ensayo.
Hace
un rato, también acompañando el desayuno, leí dos cortos ensayos
(también de Pamuk) titulados La
Gaviota En La Lluvia y
La Gaviota Muere
En La Orilla. Fueron
ambas dos lecturas deliciosas. Pero quiero detenerme en la segunda:
La Gaviota Muere
En La Orilla.
Pamuk escribe sobre una cría que se encuentra sola a las orillas del
mar turco muriendo. Tiene los ojos tristes y enfermos y sobre ella
revolotean otras gaviotas, indiferentes a su muerte. Comenta que lo
que hace entrever la muerte de la gaviota son sus ojos más que el
ala que tiene rota. Habla sobre la muerte; hace un paralelismo con la
muerte humana: “Alrededor
de sus ojos hay una pena como la de los viejos que se van
acostumbrando a la idea de muerte. Como si morir fuera parecido a
meterse de repente bajo un edredón. Como si dijera: dejadme,
dejadme que me vaya.”
Cuando
terminé de leer esa oración, la última frase quedó resonando en
mi cabeza.... dejadme que me vaya. A pesar de mi juventud y de gozar
de buena salud, nunca sentí a la muerte como algo lejano. Por lo
contrario, la encuentro como una amiga, como a alguien que viene de
visita de vez en cuando pero no puede quedarse mucho tiempo porque
tiene asuntos más importantes que atender.
En
este mismo ensayo Pamuk describe bellamente la playa donde se
desarrolla la muerte de la gaviota. “Quiero una playa”, pienso
yo. Quiero percibir el sonido de las olas golpeando contra la
escollera. Olfatear la salitre y el olor a pescado. Experimentar
aquel escalofrío característico de cuando el mar toca las plantas
de los pies. Sumergirme al agua helada y nadar entre la espuma.
Secarme al sol y que mi piel esté tibia. Quiero caminar por una
playa desierta. Quiero ver como al sol se lo chupa el mar y adivinar
cuál fue la primera estrella. Quiero una playa.
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