Olvidó


Olvidó.

Una mañana, después de haber pasado toda la noche en vela con la mirada clavada en una mancha de humedad del techo, limitándose a pestañear y a respirar, se dio cuenta de que se había olvidado.

Olvidó.

Cuando quiso abandonar la cama se dio cuenta, se había olvidado de como usar las piernas. Sus brazos funcionaban sin ningún problema, pero cuando quiso moverlas para ponerse de pié, le resultó imposible.

Olvidó.

No podía mover las piernas porque no sabía cómo hacerlo. Estaba seguro de que había podido, pero esa mañana le resultaba imposible. Su mente no recordaba cómo.

Olvidó.

Consternado manoteó el teléfono que estaba en mi mesa de noche junto a la cama. Marcó el único número que sabía de memoria -el de su hermano- para informarle lo sucedido y pedirle ayuda.

-¿Hola?

-¿Ovidio? Soy yo, necesito ayuda urgentemente. No puedo mover las piernas, no recuerdo cómo.

-¿Eh? ¿Quién habla?

-Yo Ovidio, tu hermano.

-¿Ah, sí? ¿Y cómo es tu nombre entonces “hermano”?

Olvidó.

No podía responder la pregunta que le hacía, no recordaba su nombre.

-No lo sé hermano, también eso se me ha olvidado. Pero por favor, necesito tu ayuda.

-¿Qué clase de broma cínica es esta? Déjeme de hacer perder el tiempo de una vez.-

Luego de decir esto su hermano colgó el teléfono. Y sabía que no iba a volver a llamarlo para contarle lo ocurrido como algo chistoso, era un tipo muy ocupado.

Y ahí estaba él. Tirado en su cama. Sin saber su nombre, sin saber cómo caminar. ¿Qué más se habría olvidado? Se preguntó a sí mismo que día había sido ayer.

Olvidó.

¿De qué color es un tomate?

Olvidó.

¿Cuál es el orden de las notas musicales?

Olvidó.

¿Cuántos días tiene una semana?

Olvidó.

Estaba aterrado, se sentía petrificado. Tenía que salir de la cama e ir en busca de ayuda, alguien podría asistirlo y explicarle que demonios le estaba pasando.

Haciendo mucha fuerza con sus brazos, logró caer al suelo desde la cama y se arrastró raptando hacia la puerta de su habitación.

De un manotazo la abrió y del otro lado no se encontraba el habitual pasillo que comunicaba su cuarto con la cocina, sino un abismo oscuro sin fin.

Entonces, olvidó que quien se arroja a un abismo cae, y que no hay nada de prudente en arrojarse a una oscuridad eterna.

Olvidó preguntarse por qué se encontraba ese abismo en vez del pasillo.

Y mientras caía iba olvidándolo todo, hasta olvidar que estaba vivo.

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