SENZA TITULU



Sentados uno frente al otro en unas sillas de apariencia incómodas, compartían el desayuno. El sonido crujiente del pan al partirlo y el tintinear de las cucharas sobre las tazas, eran los únicos ruidos que se oían –excluyendo claro, las respiraciones de ambos-, hasta que el mayor decidió terminas con el casi predominante silencio en la sala.
-Estaba tan cansado anoche que dormí con la ropa del viaje. No sé, ni recuerdo cómo, pude quitarme las botas.
Apoyando la pava en la mesa y mirándolo aún con ojos cansados, ella preguntó:
- ¿Pero dormiste cómodo al menos?
-Más que cómodo, diría profundo. – aseguró luego de untar una tostada.
Con un movimiento lento, ella acomodó su mejilla en la palma de la mano, dejando caer el peso de su cabeza en ella y mirándolo expectante a los ojos, musitó la palabra “cuéntame”.
-Comenzó dentro de un edificio, en la planta alta. Me encontraba junto a muchas otras personas, algunas conocidas; otras inexistentes, sosteniendo las paredes con nuestras manos: algo nos decía que iban a derrumbarse sobre nosotros. Se oían gemidos de fuerza y ruidos indescriptibles que provenían del otro lado de las ventanas, por las que se veía un cielo colmado de nubes inmensas y negras.
- ¿De verdad? – dijo ella.
-Claro, acabo de soñarlo- respondió señalando el sillón con la cabeza.
Luego de una breve pausa y un sorbo de café, prosiguió:
-De repente, el escenario cambió insólitamente y me encontré tirado en el césped cubierto por una sábana fina. A mi alrededor, mujeres conversaban con chicharras, cada cual en su lengua. Poco a poco comencé a levantarme, sentía el cuerpo liviano y el sol cegaba mis ojos. Pude advertir mi desnudez y pudoroso me acerqué a una de las parejas chicharra-muchacha. Ni bien terminé de pronunciar las palabras “buen” y “día”, la menuda mujercita se abalanzó sobre mí tumbándome al suelo mientras hundía sus dedos en mis párpados y canturreaba un canon, el cual solíamos cantar de pequeños. La chicharra, que había cesado su berreo, era nuestro único público. – Finalizada esta última oración, con una mirada desconcertante se acarició la frente.
-Y ahora es cuando todo se vuelve borroso y los recuerdos emergen una vez que estoy tomando un baño, o en el colectivo yendo a trabajar. De todos modos, la última imagen que aparece, es la de un lago de aguas verdosas iluminado por la luna pálida.

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